

¿Se puede morir de amor? El trabajo de Lanzarini comienza desde momentos cotidianos – singulares o colectivos – desbordados por nostalgia, precariedad, barbaridad y violencia, llevados a su obra desde composiciones que rosan la teatralidad, articulan lo absurdo y rebosan de humor negro. Los protagonistas de los relatos son héroes inexistentes que no puede salvarnos de la agonía; antagonistas nefastos que colaboran con nuestra desdicha y personajes terciarios, ilustres y desgraciados, sacados directamente de la cultura de popular. Son estos últimos las reales víctimas de un capitalismo tardío, en donde la promesa de alegría pareciera no llegar.
En una primera etapa, sus dibujos y pinturas aprovechan la mancha, el texto y el error como lenguaje simbólico para construir estos escenarios caóticos e irrisorios. Paradójicamente, este ruido presente cobra particular armonía al develar el sentido de denuncia. Su obra más reciente integra esta realidad caótica y pintoresca a través del textil. Los retazos de tela, género y paños de distinta procedencia son todos materiales obtenidos de su entorno doméstico, donados por cercanos o adquiridos en ferias de barrio. Estas materialidades, ya sean utilizadas por el artista como soporte de sus pinturas o como elemento constitutivo de sus piezas textiles, cobran especial valor como vestigios de la cultura de masas, y por ende, imágenes que proclaman lo político en su obra.
Morir de amor es un augurio de un artista maldito que se ahoga en su idealismo, el cual el sistema capitalista burla despiadadamente. Lejos de romantizar la violencia sistémica, la obra del Lanzarini instala una reflexión romántica sobre el inconformismo de la época que le toca vivir, la añoranza por tiempos mejores y la poesía de vivir en sueños que el oficio de artista le permite imaginar pero no se puede permitir. Ser un artista es su condena de muerte y desdibujar el absurdo su promesa de amor.
Abigail Valenzuela