La musa de la obra teatral Casa de Muñecas (1879) de Henrik Ibsen es una joven mujer dueña de casa que cree llevar una vida perfecta al cuidado de su esposo. Luego del desencadenamiento de una serie de conflictos en torno a su matrimonio, ella se da cuenta de lo infeliz que es al haber pasado la mayoría de su existencia complaciendo, en una primera instancia, la voluntad de su padre y más tarde en su adultez, la de su esposo. En un acto de autonomía, la asumida indefensa esposa abraza su libertad y abandona su casa con el fin de educarse y descubrir quién realmente es.
Es esta misma ama de casa la que preocupó al Decano de la universidad donde Josefina Mellado entró a estudiar arquitectura. En una conversación con la madre de Josefina, él le confiesa sus sinceros pensamientos sobre las alumnas, quienes por aquel entonces aumentaban su número de matrícula, declarando que las mujeres venían a pasar un tiempo de entretención antes de casarse, tener hijos y volverse dueñas de casa.
Tanto la literatura como los ejemplos de la vida real dan cuenta de que el constructo social une lo doméstico y lo infantil a lo femenino. Primero, por ser tradicionalmente entendido como el ámbito que la mujer debe habitar por excelencia y segundo, por ser el espacio físico donde se realiza la protección, el cuidado y la educación de los hijos, labor que ha sido destinada a las mujeres.
Frente a esto, los Estudios de Género sostienen que en el mundo dividido desde la perspectiva androcéntrica, la esfera de “lo doméstico” está lejos de estar en el dominio de la mujer, pues es un sitio al que se le ha relegado y en el que no ejerce poder alguno, limitando así su individualidad. La pregunta principal que muchos intelectuales intentaron y todavía tratan de resolver es por qué y cuándo la tradición femenina se convirtió en secundaria.
Considerando el enfoque político sobre el tema, en la teoría liberal “lo doméstico” adquiere una connotación negativa por ser el lugar de la no producción, destinado al descanso, directamente recreacional y relativo a lo cotidiano. “Lo infantil”, a su vez, puede adquirir esta misma lectura pues refiere a aquello que ocupa una supuesta posición inferior, lo inocente y falto de instrucción y por ende, opuesto a lo racional, entendido como algo inherente a lo masculino y, por lo tanto, superior.
Josefina Mellado inicia su investigación abordando las prácticas y nociones que subordinan “lo femenino”. En su obra crea un lenguaje que se apropia de estos códigos sociales y los resignifica en la construcción de un espacio libre y posible para la habitación de una subjetividad femenina. La exploración de la pintura y el textil como medios de trabajo es una decisión política que se contrapone a la arquitectura. La artista postula que para los arquitectos existe una sobreestimación por las paredes blancas y el material al descubierto, desplazando el color y lo decorativo a un rol secundario por ser entendido como algo netamente superficial, de la misma forma que es leída la sensibilidad femenina
En Casa de muñecas, tal cual como en los juegos de roles de los niños, Mellado pasa de ser una radical ama de casa, una ingeniosa diseñadora de ambientes y una arquitecta multifacética con total libertad para componer un espacio acogedor, a la espera de un espectador que pueda sentirse cómodo al contemplar. Así mismo, sus pinturas y dibujos se vuelven un sitio para edificar paisajes arquitectónicos y mundos mágicos a su antojo sin la necesidad de tener que reducir su feminidad para poder construirlos.
Texto curatorial Abigail Valenzuela
Asistente curatorial Eva Andreichik
Asistente de producción Javiera Gómez y Felipe Pardo